José de la Luz y Caballero

Publicado en por Valeria

José Cipriano de la Luz y Caballero nació en La Habana, el 11 de julio de 1800. Hijo de Antonio José María, funcionario y oficial del gobierno colonial, y de Manuela Teresa de Jesús. Procedía de un hogar de propietarios criollos, creció en un ambiente dominado por relativas estrecheces económicas y una educación estricta. La familia fue dueña del ingenio San Francisco de Paula y de la hacienda Santa Ana de Aguiar. No obstante, estas propiedades produjeron ciertas preocupaciones a la señora Manuela Teresa al morir su esposo, hasta el punto de que necesitó de la ayuda de un tío, el presbítero José Agustín Caballero, en lo tocante a la educación de sus hijos. Mas, las necesidades no fueron tan perentorias y la familia pudo vivir una vida hasta cierto punto holgada.

El joven Pepe fue tutoreado en los estudios por su tío José Agustín el cual, junto al ambiente religioso del hogar, propició que su sobrino adquiriese dotes intelectuales de altura. Así, José de la Luz, ya a los doce años estudiaba latín y filosofía en el convento de San Francisco. En 1817 se titula de bachiller en filosofía en la Real y Pontificia Universidad de San Gerónimo de La Habana. Tiempo después, las inclinaciones personales y los deseos de la madre y el tío hicieron que iniciara una carrera común a muchos de los vástagos de los hogares criollos adinerados de la época, el sacerdocio. Ingresa entonces en el Colegio Seminario de San Carlos y San Ambrosio.

En el Seminario de San Carlos se graduó de bachiller en Leyes. Allí conoció a Félix Varela y Morales, del cual recibió clases así como de su tío José Agustín. Precisamente es en estos años, y a través de sus experiencias en el Seminario y de sus estudios de las doctrinas de aquellos enciclopédicos maestros, que profundiza su proximidad con el espíritu científico renovador del siglo XVIII europeo, estudia a filósofos europeos como Locke, Condillac, Rousseau, Newton y Descartes. Igualmente se adhiere a las luchas de Varela y Caballero contra la filosofía y los métodos de enseñanza escolásticos entronizados en las asignaturas y en los planes pedagógicos del Seminario y de todos los centros de enseñanza de la capital y, se vincula a los esfuerzos culturales, científicos y cívicos del Obispo Espada.

Llega a dominar idiomas como el inglés, francés, italiano, alemán, y en 1821 traduce la obra del conde de Volney. Viaja por Egipto y Siria durante los años 1783-85.El siglo XIX europeo nació con la aureola de la reacción, en todos los niveles sociales. Las fuerzas sociales que apenas veinte años antes habían realizado en Francia la revolución burguesa más radical de Europa, ya hacia 1815 habían sido derrotadas y en el seno de la propia clase burguesa se habían reestructurado tanto su ideología como sus prácticas. No obstante, los ecos de la pasada revolución se oyeron tardíamente en España y no fue sino en 1812 cuando en ese país se experimentan las primeras reacciones contra la aristocracia monárquica. España fue uno de los pocos países donde las contradicciones entre liberales y monárquicos llegaron al punto de la guerra civil. Resulta entonces importante conocer, cuál fue el papel jugado por esas contradicciones en el mundo colonial americano, la parte del globo terrestre más extensa dominada por potencia europea alguna en aquella época.

En la década de los años 30 del siglo XIX los liberales españoles produjeron una serie de legislaciones que afectaron las dinámicas políticas, sociales, económicas y culturales de lo único que le quedaba del vasto imperio que llegaron a poseer: Cuba, Puerto Rico y Filipinas.

A partir de 1832 se produjo la supresión del régimen de Facultades Omnímodas en la Península. Pero, esta ley no se aplicó a las Colonias. Las restricciones y personalismos de los Capitanes Generales continuarían sucediendo en Cuba como el método preferido de dominación de una monarquía en crisis como la española.

Otro hecho fue, aún, más devastador para los sectores reformistas de la isla que confiaron alguna vez en el espíritu “liberal” de los liberales peninsulares. En 1837 se les negó la participación en la convocatoria a las Cortes Constituyentes a los delegados de las colonias. El futuro brillante de libertades políticas se oscureció de forma inmediata para los políticos cubanos que buscaban aflojar el nudo económico que ahogaba a la colonia del Caribe.

Entre 1838 y 1842 se produce la secularización de los bienes de las órdenes religiosas en la isla, acontecimiento más importante que los anteriores y que tendría una revelación a largo plazo. Con tal medida, se les retira a los conventos su potestad de proveer instrucción, y la enseñanza pasa a manos del Estado. La situación en que se vio envuelto este importante servicio fue caótica, sin contar que la posibilidad de instruir de los conventos y seminarios sólo podía ser aplicada, a partir de ese momento, a los jóvenes que escogieran el sacerdocio como profesión. Los centros educacionales más destacados en lo relativo a la instrucción académica, el Seminario de San Carlos y la Universidad de La Habana, fueron despojados de ese privilegio por las disposiciones liberales.

Todos estos esfuerzos por parte del gobierno peninsular por hacerse cargo de la educación pública en Cuba tendían a un objetivo: arrebatarle a los criollos la posibilidad de crear en su juventud un espíritu de creación, tanto filosófica, social como política. Realmente, estaban en el camino correcto pero habían llegado demasiado tarde y sus esfuerzos no lograron otra cosa que acelerar ese proceso.

Es en este contexto en el que se enmarca la lucha de Luz y Caballero por crear una filosofía, una moral y una concepción patriótica a partir de la enseñanza de los jóvenes.

(…) es mi ánimo que la juventud vaya sacudiendo de veras el yugo de la autoridad literaria, pues sin este paso previo no hay esperanza de establecer y aclimatar una escuela verdaderamente filosófica en nuestro suelo idolatrado.”

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