ADRIANA DEL CASTILLO

Publicado en por Valeria


 

El 14 de octubre de 1868 es día de inusitado movimiento en Bayamo. Los rumores de la derrota de Céspedes en Yara; la proclama revolucionaria repartida por Luís Figueredo, que irrumpe a caballo en plena ciudad de completo uniforme de oficial del Ejército Libertador, y atraviesa Bayamo de un extremo a otro arrebatando a los cubanos y dejando atónitos a los españoles; el alzamiento de Perucho Figueredo, Donato Mármol y Maceo Osorio, y la prisión de tres jóvenes separatistas destacados, mantienen a la población en alarmante estado de excitación.Las mujeres se asoman a puertas y ventanas reclamando de las personas adictas noticias del movimiento, que empezó hace cuatro días en la Demajagua. Muchos de los hombres comprometidos se han ido ya, aprovechando las sombras de la noche, y los que quedan se disponen a marchar hoy mismo, antes que las autoridades españolas, que desconfían de todos los cubanos, los detengas. La plaza de Isabel II está invadida por un público ansioso de conocer la situación y el destino de los presos. Los sacan a la calle esposados y rodeados de guardias civiles. No se sabe para que los sacan ni adónde los llevan. El público se arremolina y los acompaña. El mayor de los tres, Rodrigo Tamayo, tiene 25 años; Eleusipo Betancourt y Federico Sánchez sólo 21. Eleusipo fuma impasible, llevándose a la boca con las dos manos atadas al tabaco que una mujer del pueblo le ha alargado encendido; En la mirada de Federico Sánchez hay curiosidad y no temor. Rodrigo Tamayo se vuelve de pronto y se dirige a la muchedumbre, en la que se mezclan esclavos, libertos y hombres y mujeres blancos:

  • Gracias, ciudadanos, por este interés. ¡Preferimos morir como valientes a permanecer vivos en la cárcel mientras nuestros hermanos luchan en los campos por la libertad de Cuba!

La multitud crece; se va enardeciendo el sentimiento cubano. La guardia civil quiere esquivar el grupo que sigue a los presos. Toman en la calle del Comercio, cogen por el callejón del Marqués, vuelven a desandar lo andado y pretenden recorrer a marcha forzada la calle de la Cruz Verde.

Ésta es la calle de Adriana del Castillo. En la amplia sala de la casa, organiza pequeños botiquines de urgencia que, en silencio, burlando la vigilancia de las autoridades, hace ya tiempo que están saliendo para el monte, a ser almacenados en lugares seguros de la serranía.Y Adriana del Castillo solo tiene diecisiete años. Es una bayamesa amasada con fuego y mariposa, con un corazón en el que arde el amor a Cuba libre y con unos senos virginales que no han conocido más contacto que el de las balas que transporta hasta El Mijial, mientras sonríe reclinada en su volanta.Ha sido un enlace constante y discreto, pero hoy la situación de Bayamo exige de los cubanos el valor de declararse abiertamente partidarios de la independencia. Coge un ramo de la flor cubana, la humilde y fragante mariposa, y baja a la calle a entregárselo a los prisioneros.

-¿Estableciste contacto? – pregunta a Tamayo en voz baja mientras le prende una flor en la solapa.

- Sí. El movimiento está seriamente iniciado. Perucho cuenta con tigo.

- Puede contar.

Los guardias civiles la apartan, y apresuran el paso para llevarse a los presos hacia ignorado destino.

 

La revolución avanza. Rendido el cuartel de caballería, derrotadas las fuerzas de Campillo en Babatuaba y las de Quiró en La Venta de Casanova, Carlos Manuel de Céspedes se esfuerza por asegurar la situación.

El día 21 de octubre toman los cubanos a Bayamo.

En la casa de Luz Vázquez, viuda del Castillo, hay instalado un hospital de sangre, al frente del que está rindiendo una labor de heroica e incansable abnegación su hija Adriana.Sólo menos de tres meses permanece la ciudad en poder de los nuestros. El 27 de diciembre llega por la vía de Tunas la noticia de que el Tigre de Zarragoitia, que el diablo haya en sus garras, viene de Camaguey de paso para Oriente.Céspedes dispone que los generales Donato Mármol y Modesto Díaz le presenten combate. Mármol debe esperar al tigre debidamente atrincherado en Cauto Embarcadero; pero, encendido e impaciente, vadea el Cauto y sale al encuentro de Valmaseda. Éste inicia una falsa retirada a Holguín, vuelve a pasar el Salado por el paso de El Saladillo y cae por sorpresa sobre las fuerzas cubanas.Tan inesperado es el ataque, que los insurrectos tienen que internarse en los bosques bajo un terrible fuego de artillería. En la Sabana La Caridad, el 7 de enero, se traba un combate que dura toda la noche, con innumerables bajas por ambas partes.Modesto Díaz obstaculiza con fusilería de guerrillas el avance de Valmaseda y en Cauto del Paso hay nuevo combate.El día 9, en una noche oscura, de aguacero torrencial, los españoles ocupan la orilla del río y el 10 llega el Tigre a Cauto Embarcadero.Las fuerzas cubanas, diezmadas, agotadas, no pueden impedir que caiga el enemigo sobre Bayamo. La derrota siempre el dolor en las familias bayamesas. Sin vacilación, deciden quemar la ciudad y con ellas todas sus pertenencias. Sueltan el ganado de los corrales, ahuyentan los perros hacia el monte. Hacen grandes piras con joyas, muebles, ropas, cuadros, cortinajes, y objetos de arte. Las mujeres se encargan de prender las hogueras.Adriana del Castillo da el ejemplo. Por su propia mano pone fuego a la casa de sus padres. Queman a Bayamo, cantando el himno de Perucho Figueredo, y huyen a los montes. Diez mil habitantes, en su mayoría ancianos, mujeres y niños, se internan en las abruptas serranías de Guisa, sin una mirada a lo que dejan atrás. El resplandor de Bayamo se eleva imponente, y se clava en las entrañas de la historia como la primera prueba de lo que será capaz de hacer la pequeña isla del Caribe por su libertad.Luz Vázquez, con sus tres hijas, la mayor de las cuales es Adriana del Castillo, vive errante por los maniguales muy cerca de dos años. Tiene tres hijos varones entregados a la guerra; Pompeyo, el mayor murió la víspera de la toma por los españoles de las cenizas aún ardientes de Bayamo. Las cuatro mujeres soportan miserias sin cuento. Han dormido muchas noches a la intemperie, pasado muchos días sin comer, carecido casi en absoluto de ropa. Pero no se han presentado. Se mantienen en un bohío abandonado, medio derruido. Los quince años de Lucila no han resistido a las privaciones y han contraído la tuberculosis, y Adriana está muriéndose de la fiebre tifoidea. La madre agoniza de dolor velando a las dos enfermas y contemplando cómo Leonela, que es una niña pequeña, sigue el mismo camino doliente de las otras. La mañana en que las encuentran las tropas españolas, Adriana está ya inconsciente y Luz Vázquez hace tres días que no puede dar una cucharada de alimento a sus enfermas.

Son conducidas a Bayamo y alojadas en la cochera en ruinas de la que fue su casa. Entre escombros y desolación va a morir la flor más preciada de una cuidad que era un pequeño emporio de riquezas.El médico de la plaza es autorizado para asistir a las dos muchachas. Logra la salvación de Lucila, pero Adriana está desposada con la muerte.En ese último día ocurre en suceso increíble, que acelera hasta los corazones más endurecidos en el odio a los cubanos.La moribunda abre los ojos y rechaza con horror al médico que viste el uniforme de sus enemigos. Con voz ronca grita:

- No….. un español no….. yo soy una insurrecta…. ¡yo ayudé a quemar a Bayamo..!

De pie, sosteniéndose trabajosamente, se yergue en la agonía. La amplia bata marca la delgadez del cuerpo juvenil; los cabellos negros acentúan la palidez de un rostor que tiene una belleza alucinada; los ojos se abren enormes, fijos en una división que la transporta.

  • En un caballo blanco… envuelta en nuestros tres colores …. Radiante…. Como una estrella que guía a los hombres a la lucha….

Adriana levanta sus manos que transportaron armas y balas, y tanta sangre de cubanos restañaron, como si en ellas levantara la bandera nuestra.

  • Mi bandera … otra vez sobre Bayamo… más alta junto al sol…

Y de pronto, unos minutos antes de morir, entona con voz fuerte el himno que estrenó Perocho Figueredo en el parque de Bayamo.

En una cama pobre, en una cochera en ruinas, yace muerta Adriana del Castillo, a los diecinueve años de su edad.La velan un médico militar español y su madre y sus dos hermanas.Sobre el pecho núbil ha colocado la hermanita Leonela una banderita cubana arrugada y descolorida que mantuvo prendida junto a su corazón de una niña en los dos años desolados que duró el terrible destierro voluntario en la serranía de Guisa.

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